Los Antonio Gamoneda

 
Imaginemos la biblioteca de una casa de Oviedo en los años 20. Yo la imagino pequeña, sumida en un silencio delicado que sólo se rompe con la risa de un niño en la calle. Huele a madera y es algo fría. Ahí veo a un hombre escribiendo, casi no distingo su rostro, es como un dibujo de la luz. Su nombre es Antonio Gamoneda, pero no el Antonio Gamoneda que recibió, en 2006, los premios Cervantes y Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, sino Antonio Gamoneda padre.

Esa biblioteca cayó en la Guerra Civil Española. No tiene sepulcro, tal vez porque no murió del todo; Amelia Lobón, esposa del primer Antonio y madre del segundo, rescató un libro que tiene el título ‘Otra más alta vida’. Así comenzó a leer poesía Antonio Gamoneda, leyendo el único libro que escribió su padre. No hay que hacer un esfuerzo para ver al joven Gamoneda aferrado a las palabras de ese libro, al lenguaje único y distinto de la poesía. Tampoco cuesta imaginarlo, a sus dieciséis años, en 1947, escribiendo sus primeros poemas. 

Su libro primero se llama ‘Sublevación inmóvil’. Lo publicó en 1960. De ahí nace una cascada llena de realismo y que he encontrado en ‘El vigilante de la nieve’, ‘Libro del frío’, ‘Blues castellano’ y ‘Edad’. Tanto camino por andar, tanto camino marcado por Gamoneda y que aún no he conocido, que echo de menos sin haber estado en él: ‘Esta luz’; ‘Cecilia’; ‘Lápidas’; ‘Libro de los venenos’; ‘Arden las pérdidas’; y muchos otros libros.

EL VIGILANTE EN LA NIEVE
[Fragmento]

1. El vigilante fue herido por su madre;

Describió con sus manos la forma de la tristeza y acarició
cabellos que ya no amaba.

Todas las causas se aniquilaban en sus ojos.

* * *

2. En la ebriedad le rodeaban mujeres, sombra, policía, viento.

Ponía venas en las urces cárdenas, vértigo en la pureza; la flor
furiosa de la escarcha era azul en su oído.

Rosas, serpientes y cucharas eran bellas mientras permanecían
en sus manos.

* * *

3. Era incesante en la pasión vacía. Los perros olfateaban su pureza
y sus manos heridas por los ácidos. En el amanecer, oculto
entre las sebes blancas, agonizaba ante las carreteras, veía
entrar las sombras en la nieve, hervir la niebla en la ciudad profunda.

* * *

Antonio Gamoneda es el Este, ciertamente. En él sale el Sol, de ahí que la luz lo forme también a él, como a su padre, y le muestre con esa presencia al blanco y al amarillo, presentes en su obra. Tal vez, como extensión de su propia existencia, le muestre también a la sombra, otro elemento al que recurre como símbolo, pero un símbolo unido a la realidad. 

Gracias a ‘El Día E 2011’, celebración organizada por el Instituto Cervantes, pudimos conocer la palabra preferida de Gamoneda: «Mi palabra preferida puede ser -tú-. Dos fonemas, pero que conllevan el reconocimiento de la realidad existencial de otro ser. Eso es importante en nuestra vida, en la de todos. Así de sencilla, de breve, pero de significativa, pienso yo, es la palabra -tú-»


Caer en un rostro, existir
con su respiración y con su boca...
Cuando tú estabas en peligro;
tú gritaste, mas fue
en la garganta de otro ser humano;
se levantó tu cuerpo
y fue en los brazos de otro ser humano.
Entonces comprendías.
Y tu necesidad y tu dolor
no fueron nunca como antes. Tú
ya no ves signos. Ahora, tú desprecias
todas las dudas. Y tu pensamiento
no es espejo que calla; ya es amor
y destino y conducta y existencia.

Es un hombre sencillo. En una entrevista, en 2009, dijo: «[El Premio Cervantes] ha cambiado mucho mi vida y hasta diría que tiene un coste muy alto, porque llevo tres años viajando, sin leer, sin escribir, o leyendo de mala manera y escribiendo de una manera inconclusa, inacabada», y agregó: «Tendré que procurar retornar a mi condición verdadera, que es la de poeta provinciano y un poco solitario». Así, apartado del mundo, se le puede ver por el centro de la ciudad de León, en donde vive desde su infancia. 

Como coincidencia, o como acción normal de la poesía, grandes poetas han convivido en espacio y tiempo. En la Feria del Libro de Guadalajara 2010, Gelman y Gamoneda mostraron, con humor, su actitud relajada cuando Antonio Colinas los presentara como grandes poetas, a lo que Gelman respondió que no es un gran poeta, sino un poeta mayor, como referencia a sus 80 años de edad, y Gamoneda hizo lo propio, al declararse poeta menor, agregando que él tenía 79 años. 

Así, con humor, tan característico en él, Mario Benedetti hablaría de la polémica que se levantó durante una presentación de uno de los libros de Gamoneda, cuando éste dijo que no considera que la obra de Benedetti pueda incluirse en la verdadera modalidad esencial del "pensamiento poético". Sin embargo, a quienes recuerdan este episodio, que retomo porque todavía hace poco escuché algo sobre él, se les olvida que Gamoneda admiraba a Benedetti y a su -honradez intelectual-, y que no fueron pocos los elogios que tuvo para el uruguayo. Si algo nos enseñan poetas como Gamoneda y Benedetti es que a la belleza no le importan los estilos.

Gamoneda dice las cosas como las vive, sus imaginarios no tienen límites marcados, de ahí frases sinceras, puras, y que han ido ganando relevancia con el paso del tiempo: «Yo no sé qué decir de la poesía respecto de si es un veneno o un remedio, una sustancia puede ser un veneno con determinada dosis, un remedio con otra dosis distinta. Normalmente el remedio está en las dosis más pequeñas. En la poesía hay algo de eso, ciertamente la similitud con las drogas es fuerte»

A Gamoneda lo vi el 11 de noviembre de 2011, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, cuando tuvo lugar el Festival Eñe. El programa de actividades nos regaló una lectura de Gamoneda. Aún recuerdo su presencia, algo distante del cuadro que nos mostraba a la gente, a los micrófonos y a los altos edificios de Alcalá y la Gran Vía. Si la parsimonia tuviera un rostro… 

Escribo sobre él en un pequeño cuaderno, en un avión camino a Lisboa. La luz que entra por la ventana, y que ilumina las palabras de Juan Ramón Jiménez, me distrae. Entonces observo el paisaje, blanqueado por las nubes. Todo es blanco allá afuera. Es un mundo blanco. Inevitablemente pienso en Gamoneda. 

FRÍO DE LÍMITES
A la penumbra auricular no viene nunca el sonido del
amanecer. Muge el silencio en las ocultas bóvedas y se desliza en tus
membranas. Silban los pájaros y tu pasión es sorda.

Tú no estás ya en tus oídos.

Pienso en Amelia rescatando el libro de Antonio Gamoneda padre, ignoro las circunstancias en las que lo hizo, pero sé que fue un acto valiente. Sin ella no existirían los Antonio Gamoneda. A su hijo lo trajo al mundo dos veces. Gracias, Amelia.


Lisboa, 27 de julio de 2012
Twitter: @candianic