Hacia José Emilio Pacheco
Propongo cambiar el nombre a los cuatro puntos cardinales. No hay que meditarlo mucho. ¿Qué es el Norte? No me dice nada. ¿Qué es el Sur? Para mí es como hablar del blanco o del negro. No quiero ir al Norte, no quiero ir hacia un algo, quiero ir hacia alguien. ¿De qué sirve decir Este y Oeste? Planteo aquí que los cuatro puntos cardinales tomen el nombre de cuatro poetas iberoamericanos. ¿Alguna objeción? La podemos discutir, pero siento decir que en esto seré irreductible (y no es que proponga a Oliverio Girondo, aunque, en otra ocasión, buscaremos un volcán, o un elemento químico, al que también podamos rebautizar).
Son tantos los
poetas que han transformado a su tiempo (Tomás Segovia dijo: «Un poeta no pertenece
a un lugar, pertenece a su tiempo»), que sería imposible llegar a un consenso
sobre quiénes darán nombre a los puntos cardinales. Así que me someto a un
arranque absolutista y señalo que, con efecto inmediato, sustituyo al Norte por
José Emilio Pacheco, al Sur por Juan Gelman, al Este por Antonio Gamoneda y al
Oeste por Ernesto Cardenal. Poetas vivos. Se agradece cualquier homenaje, pero
siempre es mejor que sea en vida. Aclaro que hay muchos poetas, más allá de
Iberoamérica, que han cambiado su tiempo, pero, una vez iniciado este camino de
la arbitrariedad, no he sabido contenerme.
Ya he escrito sobre
Ernesto Cardenal; hoy nos reúne José Emilio Pacheco. Tal vez han leído alguno
de sus ensayos o su maravillosa narrativa: títulos como ‘El principio del
placer’ y ‘Las batallas en el desierto’ se han convertido en clásicos
contemporáneos de la literatura mexicana. Sin embargo, fue su poesía la que lo
ubicó en el triángulo de escritores vivos más importantes de México junto a
Sergio Pitol y a Carlos Fuentes. Triángulo que perdió su forma el tristísimo 15
de mayo con la partida de Fuentes.
La poesía de
Pacheco ha creado big bangs. Cada poema es universo que nace y se contrae,
hasta que pretendemos cerrar el libro y, en esa millonésima parte de segundo,
justo antes de cerrarlo del todo, la vida se acaba. Todo tiene cauce en sus
libros: 'El silencio de la luna'; 'Los trabajos del mar'; 'No me preguntes cómo
pasa el tiempo'; 'El reposo del fuego'; 'Ciudad de la memoria'; 'Los elementos
de la noche', por mencionar algunos. Pero su obra poética reconoce más títulos
y ha servido como membrana celular a la lírica de los autores que han atinado
en acercarse a Pacheco.
Ir hacia José
Emilio Pacheco es explorar. Leerlo es como abrir su diario, es abrir el gran
libro infinito del que nos habló Borges. La profundidad del reino que ha
creado, y que después ha llenado de revoluciones, nos invita a acompañarlo, a
conversar con él. Mucho se ha escrito sobre su lenguaje amable, transitable. Él
escribe sin condicionantes. Nada lo ata al amor o a la miseria. No se pierde en
esa nube gris que puede ser el tiempo y tampoco trata de marcar los límites del
alma, la mente o el espíritu. Y aunque Pacheco se atara al amor y a la miseria,
se perdiera en el tiempo y encajonara al alma, a la mente y al espíritu, nos
devolvería a casa en una sola pieza con sus atrevimientos sobre el jabón, las
llaves de agua, la mosca o la enredadera.
[Fragmentos]
ELOGIO DEL JABÓN
El objeto más
bello y más limpio de este mundo es el jabón oval que
sólo huele a sí
mismo. Trozo de nieve tibia o marfil inocente, el
jabón resulta lo
servicial por excelencia. Dan ganas de conservarlo
ileso, halago para
la vista, ofrenda para el tacto y el olfato.
***
H & C
En las casas
antiguas de esta ciudad las llaves de agua
tienen un orden
diferente.
Los fontaneros que
instalaron los grifos
dieron a C de cold
el valor de caliente;
la H de hot les
sugirió agua helada.
***
HORAS CONTADAS
Es la mosca que
acaba de nacer.
El huevecillo de
donde salió
tiene historia y
estirpe.
Lo abandonó su
madre en la cripta imperial.
Antes de
convertirse en mosca anónima
fue el gusano
que devoró los
párpados del rey
y el sexo de la
joven princesa.
***
LA ENREDADERA
[…] son los días
del color del
incendio;
son el viento
que a través del
otoño
toca el mundo,
las oscuras
raíces de la muerte
y el linaje
de sombra que se
alzó en la enredadera.
Sus alegorías son
tan valiosas como el tacto en una habitación oscura. Nos habla en su lengua
única, pero todos la comprendemos.
Es difícil
encontrar a un autor con tantos logros y que mezcle esa trayectoria con una
humildad quizá más grande que su obra. En una entrevista en 2009, cercana a la
entrega del Premio Cervantes, Pacheco dijo que no es “ni el mejor poeta de su
barrio”, haciendo referencia a su vecino, y gran amigo, Juan Gelman (quien,
como ya mencioné, será nuestro Sur en estos renovados puntos cardinales). Sólo
cuatro escritores mexicanos han sido galardonados con el Premio Cervantes:
Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol y José Emilio Pacheco. Otros también
lo han merecido (Rulfo, por ejemplo), pero las letras mexicanas están bien
representadas y encuentran en Pacheco al inmortal que no tiene sed de
inmortalidad. Sin esa sed, es
libre. Sin esa sed, afirma:
«Escribe lo que
quieras.
de todas formas vas a ser condenado».
Así sea.
Madrid, 8 de julio de 2012
Twitter: @candianic
(José Emilio Pachecho falleció el día 26 de enero de 2014 en Ciudad de México.)
(José Emilio Pachecho falleció el día 26 de enero de 2014 en Ciudad de México.)