Wisława Szymborska, o de los sueños


La reconocí de inmediato: la forma en que sostenía el cigarrillo; su cabello blanco; sus ojos oscuros; su sonrisa; y, podría decir, aunque no tengo forma de comprobarlo, pues nunca la había visto caminar, que reconocí hasta la forma en que avanzaba con un paso acelerado. Esa mujer que salía de la librería de la calle Garbanska, en Cracovia, era Wisława Szymborska. 

Debo decir que no suelo elegir bien bajo presión, cuando uno o dos segundos hacen la diferencia. Así que no me acerqué a ella a saludarla y a pedirle que me permitiera ayudarla con los libros que había comprado. Pude haberla acompañado unos minutos, decirle cuánto me han gustado sus libros y que mi poema preferido es ‘Las tres palabras más extrañas’, uno de los más breves, pero en él inicia y termina todo lo que importa. No sé por qué no lo hice. Tampoco sé por qué no me fui, por qué no la dejé desaparecer en la esquina. Hice lo peor que podía hacer: la seguí. 

Quisiera pensar que todo fue culpa del idioma, que no me atreví a hablarle porque no sé hablar polaco y porque se me borraron de pronto el inglés y el francés, pero en el fondo sabía que en Cracovia, ese día, todos hablábamos la misma lengua.

Caminé con ella sin ella, no sé si creí que así podríamos estar juntos un momento, de una forma distinta, sin que ella advirtiera mi presencia. Tal vez porque me gusta pensar que los escritores a los que admiro pueden tener una vida normal, pueden ir a comprar un libro sin que nadie los detenga para felicitarlos o para robarles unos minutos de su tiempo. ¡Pero esto es un sueño! ¿Por qué no me acerqué a ella si se trataba de un sueño? Pude incluso invitarle un café en la Rynek Główny, pasar un día entero escuchando sus disertaciones sobre Dickens, sobre Montaigne o Miłosz. Escucharla hablar de su ciudad natal, Bnin, y de sus primeros ocho años de vida, antes de irse, en 1931, a Cracovia. Hablar de 1946 y de su primera publicación, ‘Busco la palabra’. Preguntarle todo sobre ‘Aquí’, su último libro, publicado en 2009. Pude perderme, por unos momentos, en el gran anillo que llevaba en su mano derecha, ¡pude perderme en su manos, por Dios, en sus delicadas manos! Habríamos sido los últimos en irnos, nos habríamos reído mucho, especialmente hablando de la forma en que siempre trata de adivinar lo que hay en un regalo antes de liberarlo de su envoltorio. Pude felicitarla por todos sus reconocimientos: Premio del Ministerio de Cultura de Polonia 1963, Premio Goethe 1991, Premio Herder 1995 , Premio Pen Club 1996, Premio Nobel de Literatura 1996, Orden del Águila Blanca 2011. Me habría gustado leer para ella las palabras que la escritora mexicana Elena Poniatowska escribió en la antología ‘Poesía no completa’, que publicó el Fondo de Cultura Económica: “[Wislawa Szymborska] Comprendió que para ella la poesía es una forma de respiración y tuvo la sensatez necesaria para formular las preguntas que están todo el tiempo ahí, en el aire, esperándonos. Wislawa debió de darse cuenta de que la pregunta es el inicio del saber... Sus poemas nítidos, aforísticos, nada describen, ninguno se alarga demasiado. Su ironía es precisa, tajante a veces. Más que cantar grandes elegías, exalta, juguetona, traviesa, las pequeñas y curiosas diferencias que nos determinan”. Nada de esto fue posible. Sólo caminé detrás de ella, guardando unos metros de distancia. La lluvia comenzaba a caer, ligera, como una cortina de seda. La vi desvanecer, como un arrojo del viento, liberándose del sueño que había creado para ella. 

Nunca he podido decidir el camino que toman mis sueños, soy un personaje más en estos relatos. No puedo pedir que llueva cuando la sequedad se apropia de todo o que el día y la noche sean una sola cosa. No es que me importe, ser un personaje sin poder decisión en estas historias, pero no puedo evitar que haya ocasiones en las que me gustaría saber qué hacer para que el tiempo no avance, y el café nunca se enfríe, en un local de Cracovia. 

Quizá vuelva a soñar con Wislawa Szymborska. Quizá pueda decirle que me sentí triste el 1 de febrero de 2012, cuando leí la noticia de su muerte. Quizá pueda agradecerle todo lo que publicara durante seis décadas, y, además, pueda pedirle perdón por haberla seguido y por no ofrecerle mi ayuda con esos libros que ella había comprado en la calle Garbanska. Quizá, algún día, vuelva a soñar con ella. 

Tres poemas de Szymborska (traducción de Abel A. Murcia):

LAS TRES PALABRAS MÁS EXTRAÑAS
Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.

POSIBILIDADES
Prefiero el cine.
Prefiero los gatos.
Prefiero los robles a orillas del Warta.
Prefiero Dickens a Dostoievski.
Prefiero que me guste la gente
a amar a la humanidad.
Prefiero tener a la mano hilo y aguja.
Prefiero no afirmar
que la razón es la culpable de todo.
Prefiero las excepciones.
Prefiero salir antes.
Prefiero hablar de otra cosa con los médicos.
Prefiero las viejas ilustraciones a rayas.
Prefiero lo ridículo de escribir poemas
a lo ridículo de no escribirlos.
Prefiero en el amor los aniversarios no exactos
que se celebran todos los días.
Prefiero a los moralistas
que no me prometen nada.
Prefiero la bondad astuta que la demasiado crédula.
Prefiero la tierra vestida de civil.
Prefiero los países conquistados a los conquistadores.
Prefiero tener reservas.
Prefiero el infierno del caos al infierno del orden.
Prefiero los cuentos de Grimm a las primeras planas del periódico.
Prefiero las hojas sin flores a la flor sin hojas.
Prefiero los perros con la cola sin cortar.
Prefiero los ojos claros porque los tengo oscuros.
Prefiero los cajones.
Prefiero muchas cosas que aquí no he mencionado
a muchas otras tampoco mencionadas.
Prefiero el cero solo
al que hace cola en una cifra.
Prefiero el tiempo insectil al estelar.
Prefiero tocar madera.
Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo.
Prefiero tomar en cuenta incluso la posibilidad
de que el ser tiene su razón.

ANTES NOS SABÍAMOS EL MUNDO AL AZAR:
era tan pequeño que cabía en un apretón de manos,
tan fácil que se podía describir con una sonrisa,
tan común como en una plegaria el eco de las viejas verdades.

La historia nos saludaba con fanfarrias victoriosas:
en nuestros ojos entraba arena sucia.
Teníamos por delante caminos lejanos y ciegos,
pozos contaminados, pan amargo.

Nuestro botín de guerra es el conocimiento del mundo:
es tan grande que cabe en un apretón de manos,
tan difícil que se puede describir con una sonrisa.
tan extraño como en una plegaria el eco de las viejas verdades.