J. M. Coetzee, instrucciones para apartarse del mundo


Nunca he podido responder a la pregunta sobre qué libros me llevaría a una isla desierta, aunque sí puedo decir qué libro me llevaría a ciertos parques, cafés, bares. Sólo los lugares en los que he estado me permiten resolver qué libro llevar si regreso a ellos, así que quizá pueda asegurar qué libro me llevaría a una isla desierta cuando haya estado en una isla desierta. 

En Ámsterdam, por ejemplo, hay un bar, De Engelse Reet, en la calle Begijnensteeg, que está desde finales del siglo XIX y que tiene una atmósfera especial. No se permite el uso del teléfono móvil y no hay música. Es un sitio pequeño, apenas con unas cuantas mesas. Todo es de madera. La selección de bebidas es meticulosa: algunas cervezas distan mucho de las que puedes tomar en bares más conocidos. En lugares así, uno se comporta de acuerdo con las reglas aun antes de conocerlas. La voz cambia y la conversación fluye como si no hubiera nada más importante que escuchar. Sé perfectamente qué libros llevarme a De Engelse Reet (de traducción algo desconcertante, aunque también tiene un nombre comercial: De Pilsener Club), pues su silencio, el contacto con la madera y la luz especial del lugar me llevan a Coetzee. 

Debo confesar, como autoescarmiento, que no conocí a Coetzee sino hasta el año 2003, cuando la Academia Sueca anunció que el Premio Nobel de Literatura sería para John Maxwell Coetzee, escritor sudafricano, nacido en 1940. Yo tenía veintidós años y no me había cruzado con su impactante narrativa. Leí sobre Coetzee y supe que había ganado, en dos ocasiones, el Booker Prize. ¿Cómo es posible que no conociera a un escritor que ganó dos veces el premio más importante de la literatura inglesa? No lo sabía y no me sentí bien al respecto. Pero hay algo extraño en Coetzee, su forma de ser lo convierte en un escritor que se desenvuelve en un mundo silencioso. Y es que, como escribió el periodista John Carlin* en una entrevista publicada en El País: «Él prefiere mantenerse apartado del mundo. Es un ermitaño tan terco que hace dos años, cuando obtuvo por segunda vez el mayor galardón literario del Reino Unido, el Premio Booker, por su novela Desgracia, no se molestó en ir a recogerlo en persona. Nadie había ganado jamás dicho premio en dos ocasiones, pero él envió a su agente», o Mark Shechner**: «[…] rechaza cualquier tipo de entrevista, incluso a la hora de promocionar sus libros. En una ocasión, el periodista le hacía las preguntas y Coetzee contestaba, delante de él, por escrito y sin mediar palabra. En otra se negó a develar incluso lo que significaba la M. de su nombre. […] Dicen que es capaz de permanecer sentado junto a ti, durante horas, sin decir palabra». 

Así que en diciembre de 2003 tuve en mis manos ‘Juventud’, la segunda parte de sus memorias, escritas en tercera persona y como una suerte de novelas autobiográficas. Rara selección para comenzar a leer a un escritor como Coetzee. Sin embargo, ‘Juventud’ logró llevarme a las calles de Londres para imaginar el mundo de ese joven escritor que trabajaba para IBM. Soledad, soledad-sexo, soledad-sexo-miedo (miedo a la página en blanco), todo pertenece a todo. Doscientas páginas que parecen quinientas, seiscientas. Sabía que había encontrado a un autor que me marcaría.

Juventud, 2002 
[Fragmento]

«Así es como se hace, así es como funciona el mundo. Y un día, estos hombres, estos poetas, estos amantes, tendrán suerte: la chica, no importa la excelencia de su belleza, les responderá, y una cosa llevará a la otra y sus vidas se transformarán, las de ambos, y punto. ¿Qué más hace falta sino una especie de obstinación estúpida e insensata como amante y escritor unida a la buena disposición para fracasar una y otra vez?».

Me pareció un paso natural leer la primera parte de sus memorias, ‘Infancia’. Estaba escrito, Coetzee me acompañaría el resto de mis días. Un relato magistral sobre todas las infancias en una. Su estilo cautiva, el drama más doloroso y desgarrador puede beberse de un solo trago y parece que no hay nada más necesario que pasar a la página siguiente... ya habrá tiempo de comer o de dormir. 

Infancia, 1998 
[Fragmento] 

«La belleza es la inocencia; la inocencia es la ignorancia; la ignorancia es la ignorancia del placer; el placer es culpable; él es culpable. Ese muchacho, con su cuerpo nuevo, intacto, es inocente, pero él, gobernado por sus oscuros deseos, es culpable. Lo han dejado a él solo con todos los pensamientos. ¿Cómo los guardará todos en su cabeza, todos los libros, toda la gente, todas las historias? Y si él no los recuerda, ¿quién lo hará?». 

Me sentí cerca de un autor que prácticamente no conocía. La primera novela que leí fue ‘Desgracia’ (Disgrace, que como traducción al español parecería más adecuada la palabra –vergüenza-). Desgarradora, esta historia me hizo apretar las páginas de un libro como nunca antes lo había hecho. Todo lo que dice Coetzee parece convertirse en un camino con mil bifurcaciones: la sociedad sudafricana, la tierra, las relaciones humanas, el interior de una granja o el escándalo sexual entre un profesor y una alumna son origen y destino. Con esta novela, Coetzee, continúa la tradición literaria de Dostoyevski. 

Desgracia, 1999 
[Fragmento] 

«Ella no se le resiste. Lo único que hace es rehuirlo: aparta los labios, aparta los ojos. Deja que la tienda sobre la cama y la desnude: incluso le ayuda, pues levanta los brazos, arquea las caderas. Le sobrevienen pequeños escalofríos; en cuanto está desnuda, se cuela bajo el edredón como un topo que se abriese camino horadando la tierra, y le da la espalda. No es una violación, no del todo, pero es algo no obstante carente de deseo, no deseado de principio a fin. Es como si hubiera decidido distenderse, morirse mientras dure, como un conejo cuando las fauces del zorro se cierran en torno a su cuello. Como si todo lo que se le haga, por así decirlo, se le hiciese lejos de sí». 

Si bien ‘Desgracia’ (con la que ganó su segundo Booker Prize) se ha convertido en mi novela preferida de Coetzee y es, seguramente, una lectura a la que regresaré siempre, lo cierto es que disfruté de igual manera con ‘Esperando a los bárbaros’ (1980), ‘La edad de hierro’ (1990), ‘El maestro de Petersburgo’ (1994) y claro, con la última visita que hice a su mundo autobiográfico, apartado y silencioso: ‘Verano’ (2009). 

Frente a mí, el camino que falta: ‘Tierras de poniente’ (1994), su primera novela; ‘Vida y época de Michael K’ (1980), su primer Booker Prize; Foe (1986); ‘Elizabeth Costello’ (2003); y su libro de ensayos ‘Costas extrañas’ (2002). Tendré que recorrerlo con cuidado, mirando cada paso, pues al cerrar sus libros la tristeza es dos veces tristeza.