Monterroso, gracias por




He descubierto a Monterroso muchas veces, pero hay dos momentos en los que apareció de forma sorpresiva. El primero ocurrió en Madrid, cuando hice una estancia de investigación en la Biblioteca Julio Cortázar, de la Fundación Juan March, ese lugar de la calle Castelló 77 al que le son inseparables adjetivos llenos de belleza, no sólo por las exposiciones que presenta o los conciertos que organiza, sino por su arquitectura y la forma en la que te hacen sentir bienvenido. En esa biblioteca está la colección de libros que Cortázar tenía en París y que donó Aurora Bernárdez en 1993. (Hay que dejarse llevar de la mano de un gran lector, como lo fue Julio.) Al ver algunos de los libros, uno se encuentra con grandes autores que dedicaron sus obras al escritor argentino, pero una dedicatoria destaca: «Julio, recibe un». Eso fue lo que escribió Augusto Monterroso. Sólo eso. Recibe un abrazo, recibe un beso, recibe un libro, recibe un cariño, recibe un saludo. ¿Qué quiso decir? No lo sabemos, pero impresiona su forma de entender la brevedad, pues, sin decir, dijo todas las anteriores, y más.

La concisión, la literatura como una expresión de la brevedad, fue una forma de vida para el escritor guatemalteco, aunque también hondureño, y para muchos de nosotros, mexicano. Gran lector, refugiado en los clásicos españoles, se puso en manos de los libros y dejó la educación convencional para otros. «Era yo tan pobre que no me alcanzaba para comprar un libro, así que iba a las bibliotecas públicas, en donde sólo tienen a los grandes. Mi lectura fue un resultado de la pobreza, por eso leí a los clásicos españoles. Fue lo bueno de ser pobre», dijo en una entrevista. Renunció a la escuela y abrazó a la literatura desde muy pequeño (García Márquez tiene una historia similar). Muchos lo describen como uno de los escritores más importantes de su tiempo, y es que la presencia de Monterroso en la literatura en español tiene un sitio eterno. Dueño de un humor legendario, logró una escritura alineada a esa personalidad. Los grandes temas están en sus letras, pero los dota de una narrativa poética, satisfecha: humor amargo, lo han denominado algunas de esas personas que gustan de las etiquetas, aunque debo admitir que le queda muy bien. Sin embargo, por momentos es imposible de encasillar, como ha pasado con Eduardo Galeano, por ejemplo. Monterroso no necesita de casillas o géneros: escriba lo que escriba, fue uno de los mejores representantes del relato. Su primer libro ‘Obras completas (y otros cuentos)’ es, quizá, su libro más conocido y un imprescindible, no sólo en la biblioteca de Julio Cortázar, sino en la de cualquier casa. Otros libros son ‘La oveja negra y demás fábulas’; ‘Movimiento perpetuo’ (uno de mis preferidos); ‘Lo demás es silencio’; ‘Viaje al centro de la fábula’; ‘La palabra mágica’; ‘La letra e: fragmentos de un diario’; ‘Los buscadores de oro’; ‘La vaca’; ‘Pájaros de Hispanoamérica’. Libros, todos, que no se deben dejar pasar, dijo José Donoso, quien también incluye a Monterroso como uno de los principales actores de ese movimiento conocido como Boom latinoamericano, cuando Barcelona y la Ciudad de México se convirtieron en referencias editoriales y literarias a nivel global. Sobre ese tema, Monterroso dijo lo siguiente: «El cuento no tenía mucha demanda cuando comencé a escribir. No podía competir con los grandes novelistas del Boom. Pasaron muchos años entre libro y libro».

Uno no puede separarse de sí mismo, huir de su propio nombre. ‘El dinosaurio’ es su cuento más conocido, más incluso que su autor. Odiado y amado por la crítica cuando lo publicó, Monterroso logró responder de la mejor manera a los puristas que decían que ese relato tan breve no era un relato. Dijo: «No es un relato, es una novela». Ese “humor amargo”, inteligente, sorpresivo, de Monterroso, lo convirtió en un referente. Aquí otra muestra de su originalidad, de su imaginación, que lleva por título ‘Fecundidad’: «Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea». Sus ensayos también fueron breves. Y la fábula es un recurso inherente a su prosa.

Monterroso ha tenido una gran influencia en mi ejercicio literario. Este año publiqué ‘El libro de Balieri’ con la editorial española Baile del Sol. Un libro de relatos breves que me gustaría que él leyera. Sin duda, Tito, como le decían sus amigos, estuvo en la presentación de mi libro en Madrid, en la librería Juan Rulfo del Fondo de Cultura Económica.

Fueron muchos los caminos que recorrió Monterroso, fue activista político contra la dictadura en Guatemala, vivió el exilio en México, en donde terminó radicando de forma definitiva, hasta su muerte en el 2003, a los 81 años de edad. Ganador del premio Xavier Villaurrutia en 1975, del Juan Rulfo en 1996 y del Príncipe de Asturias en el año 2000. Cónsul de Guatemala en Bolivia. Mediador por la paz entre las conversaciones que sostuvieron la guerrilla y el gobierno en Guatemala, siempre preocupado por la justicia y los movimientos sociales.

El otro momento en el que Monterroso llegó a mí, sin aviso, fue en la biblioteca de la Universidad Clark, en ese lugar extraño llamado Worcester, Massachusetts. Estuve un mes en esa ciudad que no llega a los doscientos mil habitantes y que está a unos 70 kilómetros de Boston. Una estancia extraña que me mostró ese Estados Unidos incierto, casi peligroso, pero con gente amable y con una vida universitaria que hace mucha falta en otros sitios. La universidad es un lugar para estar, para mirar el otoño a través de sus grandes ventanas, para escribir y leer como si no pasara el tiempo. Allí escribí un relato breve sobre unos trabajadores que arreglaban un techo. Ese mismo día, hubo una venta de libros en la biblioteca. No podía creer los precios y la selección que tenían. Eran varios los idiomas. Compré libros en inglés, en portugués y en español. Entre ellos, ‘Movimiento perpetuo’ y ‘La vaca’. Allí estaba Monterroso, en Clark University, en la Robert H. Goddard Library, esperando por mí. No lo busqué, aunque lo busco siempre. Él me buscó para mostrarme el mundo breve que ha construido. Y yo quiero escribirle -gracias por tantas cosas-, pero sólo le escribo -gracias por-.