Vargas Llosa es su prosa



Los escalones nos reciben y algunos personajes conocidos escuchan nuestros primeros pasos. Lope de Vega, Nebrija, Cervantes, Santa Teresa de Jesús y Garcilaso de la Vega son sólo algunas de las estatuas que embellecen la fachada del Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales, donde está la sede madrileña de la Biblioteca Nacional de España. El Paseo de Recoletos, ese breve espacio abrazado por la Cibeles y por Colón, ha quedado atrás. Todo desaparece, sólo existen estos muros que diseñó el arquitecto Jareño Alarcón y que nacieron con la primera piedra de Isabel II, en 1866. Es el lugar perfecto para conocer a Mario Vargas Llosa. Muchos eventos y actos se llevaron a cabo para conmemorar el tricentenario de la Biblioteca Nacional de España. Sin embargo, hubo uno que me cautivó y que se ha convertido en un recuerdo imborrable: el ciclo de conferencias “El libro como universo”.

De abril a junio del año 2012 asistí a escuchar a mujeres y a hombres que hacen de las páginas de un libro algo infinito. Saludé a María Kodama y le pregunté con quién jugaba ajedrez Borges. Marc Fumaroli descubrió la República de las Letras. Jacobo Siruela y Manuel Rodríguez Rivero alumbraron las avenidas de la edición. Vila-Matas, Trapiello y Ruiz Zafón demostraron que hay letras, palabras y libros para satisfacer cualquier gusto. Alberto Manguel habló desde el amor a la lectura y nos representó a todos. Hubo otras conferencias y cada una de ellas seguía en mi cabeza en el regreso a casa o camino a tomar un vino en un bar andaluz de la calle Castelló. Pero hubo un cenit, un clímax, un momento para enmarcar: la conferencia de Mario Vargas Llosa. Me encontré con una persona fascinante. No iba a escuchar al escritor, pues él sólo está en su obra, sino a un hombre que ha leído mucho y al que le gusta hablar sobre literatura.. Entonces nació en mí un cariño distinto. Uno le tiene cariño a los escritores que lo han hecho imaginar, conmoverse y pasar momentos maravillosos con sus historias, pero ésta vez fue su voz y su pasión por las lecturas de “Guerra y paz” y “Tirant lo Blanch”, lo que me pidió seguir recomendando a todo el mundo que lea a Vargas Llosa.

No es fácil hablar de Vargas Llosa en algunos círculos. Para muchas personas, la polémica y la política siguen al escritor peruano. Leer sus columnas en el periódico español El País o en muchos otros medios, puede ayudar a descifrar los difíciles momentos por los que transita la actualidad política, cultural y económica del mundo, pero también, de alguna forma, es el motivo por el que muchas personas no le han dado una oportunidad. Por un lado, Vargas Llosa apoya de forma abierta la despenalización del aborto y es un destacado miembro de la Comisión Latinoamericana de Drogas y Democracia, que busca legalizar el cultivo y la venta de cannabis. Por otra parte, en países como México, ha dado su voto de confianza a partidos y personas de extrema derecha o que nunca estarían a favor de esas posturas progresistas, que Vargas Llosa ha dejado claras en varios medios internacionales. Mucho me ha interesado separar la política de la literatura, ¿pero es posible?

Hoy podemos conocer todo sobre nuestros escritores preferidos, aunque dejen fuera de sus textos literarios esas opiniones. ¿Es un mal de nuestro tiempo o una buena noticia? Si nos aleja de “La ciudad y los perros”, “La casa verde”, “Conversación en la catedral” y “La fiesta del chivo”, es algo nocivo. Esas cuatro novelas son de las que más me han impactado y su explosión en mis manos me obligó a releerlas y a agarrar los libros con tal fuerza que casi arranco esas hojas. Pero cualquier elogio es poco comparado con los que leí en una carta que Julio Cortázar le escribió a Vargas Llosa en 1965: “Vos sos América, la tuya es la verdadera luz americana, su verdadero drama, y también su esperanza en la medida en que es capaz de haberte hecho lo que sos”.

Cortázar había quedado encantado con las dos primeras novelas que publicó Vargas Llosa y lo puso en el mismo pedestal que a Lowry, Joyce Cary y Dostoievski. Yo he caído en el mismo encantamiento, por lo que defiendo y recomiendo leer a Vargas Llosa ante la más mínima oportunidad. Sí, el mundo sería un poco mejor si todos nos acercáramos al mundo de Zavalita, en “Conversación en la catedral”, pues hay un antes y un después de sus libros, de los desiertos a los que nos lleva para alejarnos de nuestro ambiente y mostrarnos una prosa transparente, sin ripios. Pedir que lo lean es un compromiso con la literatura. Uno no quiere guardarse estas historias, quiere hablarlas, discutirlas con los amigos en una reunión y regresar una y otra vez a esos laberintos llenos de belleza. Es un deseo incontenible.

Es el “innegable talento” de Vargas Llosa, como lo declaró Mario Benedetti en 1984, en una columna que escribió sobre las críticas que hizo Vargas Llosa a García Márquez, a Cortázar y al mismo Benedetti, por apoyar al gobierno cubano, el que nos lleva a leerlo y escucharlo fuera de las barreras literarias. Pero el terreno de la opinión política es una pequeñísima y prescindible parte del mundo que ha creado. Veámoslo más allá de sus novelas, es decir, en sus paseos por el Templo de Debod o en una despedida en el Paseo del Prado de Madrid, o después de una conversación que disfrazó de conferencia en la Biblioteca Nacional de España. Veámoslo en el largo libro que se llevaría a la isla desierta, en una anécdota o en las construcciones que hace de forma constante sobre sus grandes: Joyce, Herman Melville, Balzac, William Faulkner. ¿Vargas Llosa es también su extensa lista de reconocimientos (como el premio Biblioteca Breve, el Príncipe de Asturias, el Cervantes o el Nobel de Literatura)? No lo es, pero le reserva un espacio en el mapa de la literatura que trasciende y sobrevive al tiempo. Un libro hace falta para conocer a la tía Julia. Y quererse. Hace falta quererse para regalarse una lectura así. 


Publicado originalmente en Revista Moria.