Las recomendaciones de Edith Wharton



Es una agradable noticia recibir alguna crítica, buena o mala, sobre lo que uno escribe. Y se debe agradecer no sólo el tiempo de lectura, que ya es mucho, sino el tiempo para escribir o contar una opinión personal, honesta. Por eso me gusta cuando alguien decide ponerse en contacto conmigo para decirme que leyó un relato, un poema o una columna de mi autoría y quiere hacerme llegar sus impresiones. Sin embargo, la mayor satisfacción llega cuando me dicen que leyeron un libro que recomendé o que se acercaron a un autor gracias a que dije, alguna vez, que ese autor me marcó. Ahí la gran noticia, la mejor noticia, pues uno siente que hace algo por la literatura, algo que alarga su alcance, su vida. (Algo minúsculo, pero "algo", finalmente.) Me ocurre lo mismo que a Jorge Luis Borges: “No estoy orgulloso de lo que he escrito, sino de lo que leo”. Claro, lo mío es cierto, lo de Borges es modestia.

Los últimos dos libros que han llegado a mis manos se los debo a Edith Wharton, quien no hizo algo minúsculo por la literatura, sino algo gigantesco: una mujer de gran influencia en el siglo XX, pero que seguirá iluminando los oscuros pasajes que hay en el camino hacia la escritura creativa gracias a la publicación de sus artículos en la editorial Páginas de Espuma (maravillosamente traducidos por Amelia Pérez del Villar). 

Wharton publicó en 1920 su novela ‘La edad de la inocencia’ y se convirtió en la primera mujer en recibir el Premio Pulitzer. Por esto y más es considerada una novelista imprescindible. En ‘Escribir ficción’ logra una magnífica conversación con Proust, Balzac, Dostoievski, Tolstói, Stendhal, Austen, Charlotte Brontë, Dickens, Thackeray, entre otros. Muchos de los grandes autores universales están presentes en sus artículos, pero son los narradores que menciono a los que siempre regresa. 

Me llamaron especialmente la atención las menciones a Jane Austen y a William Thackeray, pues son dos pendientes en mi interminable y creciente lista-de-libros-por-leer. Así que para los próximos días tengo ‘Orgullo y prejuicio’, de Austen, y ‘Barry Lyndon', de Thackeray. De ahí que escriba estas breves palabras de agradecimiento a Edith Wharton, quien alguna vez decidió contarnos su visión sobre otros autores y nos invitó a conocer su trabajo con una nueva perspectiva. Sus afirmaciones deben estar siempre presentes y ayudarán a quien desee contar una historia:

«El recelo hacia la técnica y el temor a no ser original –síntomas ambos de cierta carencia de riqueza creativa- nos están llevando hacia la pura anarquía de la ficción, y uno se siente inclinado a afirmar que, en determinadas escuelas, la ausencia de forma se considera en la actualidad la primera condición de la forma». 

«Edward L. Burlingame, crítico y editor de Scribner’s Magazine durante veintisiete años, dijo alguna vez: “Podréis pedir a vuestros lectores todo lo que seáis capaces de hacerles creer”».

«[…] otra cosa imprescindible para crear el efecto definitivo de verosimilitud: no dejar nunca que el personaje que actúa como focalizador transmita algo que no queda, de forma natural, dentro de su registro. La primera tarea del autor debería ser escoger esta mente focalizadora con el mismo cuidado que se escoge un solar para edificar en él o se decide la orientación de una casa». 

«La norma de que una novela debe contener en la primera página el germen de todo es aún más cierta en un relato porque, en este caso, la trayectoria es tan corta que prácticamente coincide el trueno con el relámpago».

«[…] en una novela, lo ideal es que uno se sienta impulsado a afirmar: “Podría haber sido más larga”, en lugar de “No era necesario que fuese tan larga”».

«Seguramente, ninguna otra parte de la novela debe tener una visión más clara de lo inevitable que su final, por lo que cualquier vacilación, cualquier error a la hora de unir los hilos, dejará claro que el autor no ha dejado madurar la idea en su cabeza». 

«El lector nato es su propio marcapáginas. Recuerda instintivamente en qué momento de la trama dejó el libro y las páginas se abren solas en el punto que busca».

Balzac, Meredith, Austen, Charlotte y Emily Brontë, Dostoievski, Tolstói, Wharton, Proust, Dickens, Stendhal, Thackeray... Todos grandes nombres que por momentos pueden parecer lejanos, habitantes de un mundo inalcanzable, pero no debe ser así. Leamos y regresemos una y otra vez a sus obras, descubramos su vigencia. Como sugieren las palabras de Alberto Manguel: “Hay que quitarle la etiqueta de clásico a los clásicos”. Recomendemos a estos autores y desaparezcamos esa etiqueta. Al final no tendremos en las manos un -clásico- de Balzac, sino una buena historia, eso es todo. Y yo sé que a ustedes, como a mí, les gustan las buenas historias.



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Agradecimiento - Hace un año que abrí este espacio. Me habría gustado ser más prolífico, pero hay un libro que me exige. Igualmente llego a este primer aniversario con una promesa: trataré de publicar más y mejor; este áisberg seguirá en su sitio. Gracias a todos los que lo han visitado y han formado parte de esta conversación.