Alí Chumacero, la literatura como un principio


Hace frío y una niebla extraña se extiende por las calles: inevitablemente pienso en Alí Chumacero. La niebla siempre me ha recordado a Chumacero. Repito uno de sus versos, «un sueño como ave perdida entre la niebla», como un mantra. Este verso me protege del frío.

Hay algo en su forma que nos sobrevivirá. Quizá se trate de sus grandes temas: la noche, la soledad, la sombra, el silencio, el amor. Chumacero escribe viento, pero escribe amor; escribe ojos, pero escribe amores. Y el amor en sus manos es como tener una máquina del tiempo para ir a 1937, a Acaponeta, Nayarit, su lugar de nacimiento, pero encontrarnos al mismo tiempo en la Ciudad de México, en los años cuarenta o cincuenta, cuando publicó sus tres únicos poemarios: Páramo de sueños; Imágenes desterradas; y Palabras en reposo. Tres obras que son miles de obras, pues Páramo de sueños a las seis de la mañana no es el mismo Páramo de sueños que a las seis de la tarde. Imágenes desterradas cuando llueve tiene un efecto distinto a Imágenes desterradas en la noche seca. Su obra se transforma y se reinventa: Palabras en reposo no le teme al tiempo porque está hecha de tiempo, porque su voz encontró en Quevedo, T. S. Eliot y en Rilke el camino que lleva a todos los sitios.

DE TIEMPO A ESPACIO
Naciste desde el fondo de la noche,
del sueño donde el tiempo comienza a ser raíz
y la mirada sólo tibio aire,
cuando aún no era ojo sino apenas un viento suave,
un aroma erigido sin mano que lo toque.

Eras la flor ahogada flotando sobre el cuerpo
en nuestro amanecer hacia la luz;
destrozabas la noche con tus ojos,
hundida en mi desnudo
tal un vivo rumor de brisa que al oído
volcara la virtud de su marea,
y mi aliento en tu savia navegaba,
y tu voz en mi pulso se moría
como sombra de ave agonizante,
transformando mi cuerpo en sueño tuyo,
en vivo espejo abandonado
o silencio que cruza los espacios.

Alí Chumacero fue uno de los fundadores de la revista Tierra Nueva. Escribió en diversos suplementos culturales, fue corrector y editor del Fondo de Cultura Económica y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. El nombre de Chumacero aparece en todos los debates sobre los hombres de letras y cuál debe ser su labor, pues hay quienes afirman que debió escribir más poesía y se preguntan por qué sólo publicó tres poemarios. Pero Chumacero es un caso especial, un gran autor que también fue un gran redactor, corrector y editor. A él debemos la corrección de Pedro Páramo, por ejemplo, y la proyección de una gran cantidad de escritores que encontraron en él a un hombre que comprendió que es tan importante hacer literatura como difundirla: «No abundan en nuestro idioma los libros dedicados al estudio del fenómeno poético; en general son escasos, muy reducidos, los ensayos que se aplican a las cuestiones relacionadas específicamente con la literatura», escribió en su libro de ensayos ‘Los momentos críticos’. De ahí que sea una figura esencial en las letras mexicanas y que se valore su precisión y su certeza al escribir y al corregir.

Llegué a Chumacero gracias a su poema más célebre. Aún recuerdo el descubrimiento en mis manos. En momentos así no se discute con eso a lo que llamamos destino. Si, como de alguna manera lo menciona Cortázar en el capítulo 1 de Rayuela, uno se encuentra con alguien en la calle, no debe sorprenderse, ambas personas saben que deben encontrarse en ese lugar a esa hora. ¿Qué estaría haciendo Alí Chumacero cuando abrí la primera puerta de tantas que me ha ayudado abrir?

POEMA DE AMOROSA RAÍZ
Antes que el viento fuera mar volcado,
que la noche se unciera su vestido de luto
y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo
la albura de sus cuerpos

Antes que luz, que sombra y que montaña
miraran levantarse las almas de sus cúspides;
primero que algo fuera flotando bajo el aire;
tiempo antes que el principio.

Cuando aún no nacía la esperanza
ni vagaban los ángeles en su firme blancura;
cuando el agua no estaba ni en la ciencia de Dios;
antes, antes, muy antes.

Cuando aún no había flores en las sendas
porque las sendas no eran ni las flores estaban;
cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas,
ya éramos tú y yo.

Obra breve es la de Chumacero, pero perfecta. Habría que desaparecer uno o dos poemas y mirar un edificio derrumbarse, notar que falta una piedra en la majestuosa montaña. Se trata de una poesía pulcra, de una conciencia en estado puro y que, afortunadamente, fue reconocida con los premios Xavier Villaurrutia, Alfonso Reyes, Nacional de Lingüística y Literatura, Rueca, Rafael Heliodoro Valle, Nacional de Ciencias y Artes, Amador Nervo, Nayarit, Ignacio Cumplido de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana, entre otros. (Y la Fundación Alica de Nayarit renombró su Premio Nacional de Poesía en honor de Chumacero.)

En su biblioteca personal se han registrado más de cuarenta mil libros: un río por el que pasan desde Baudelaire y Paul Valéry hasta la literatura prehispánica, los griegos, Montale, Aleixandre, Huidobro y José Gorostiza o la Generación del 27, así como diccionarios en turco, ruso, alemán y La Biblia. Seguramente una de las colecciones más impresionantes.

Alí Chumacero falleció el 22 de octubre de 2010 en la Ciudad de México. Pero nos ha dejado una obra fantástica, bella de principio a fin, y que, como pocas, renace en la relectura.

IMAGEN DE UNA VOZ
Una imagen, no más: como un despojo
que nada fuera ya de la corriente,
la oscuridad de aquella voz invade
el oleaje tranquilo de la noche.
Húmedo invierno vierte su sonido;
su palabra flotando en vana sombra
a solas desfallece, pero sabe
que de esas manos sobre el aire mudas
resta sólo la ahogada soledad
de una Ofelia en su sueño consumida.

Yo pienso, luego nace un muro frío
lejano de esplendores, del murmullo
que arroja alguna flor entre las manos
y aun del ruido salobre de mis párpados.
Vencible fuera al viento su mirada,
más el mar diera aromas, menos fuego
la incendiada palabra "amor" haría,
si el impasible espacio de mi rostro
hubiera transformado el turbio aire
de quien, si dice adiós, amor olvida.

Inútil tempestad de aquellas noches
desterradas de mí como el deseo,
cuando un cuerpo abatido desbordaba
de funerales y de luz el mundo.

Ahora son imagen solamente,
como canción sin ruiseñor ni oído,
corrientes silenciosas que humedecen
la desolada tierra de mi carne,
donde la libertad del hombre es sombra
y los muertos entierran a sus muertos.

Al terminar de escribir este breve recuerdo para Chumacero, regreso a casa y noto que la niebla ha desaparecido: «Se ha ido a Londres», bromea el portero de mi edificio.


Twitter: @candianic