No hablemos de Rayuela: Julio Cortázar



La puerta de madera se abre, mis manos tiemblan. Es el encuentro con la biblioteca personal que Julio Cortázar tenía en París y con él llega la primera lluvia de nombres: Joyce; Alberti; Pizarnik; Fuentes; Keats; Cocteau; Calvino; Goya; Buñuel; Breton… Es sólo el comienzo. Estaré aquí tres meses.

Esta biblioteca se encuentra en la Fundación Juan March, en Madrid, gracias a la donación de Aurora Bernárdez, la primera esposa de Cortázar. Son casi cuatro mil ejemplares. Un mundo. Un universo.

Camino hacia Cortázar, Madrid está a 7 °C. El otoño goza de buena salud. Se desvanece la calle Castelló y me acerco a la rue Martel. No sé en qué año estoy o en dónde estoy, tampoco es que importe mucho: París, Madrid, Bruselas, Buenos Aires. Da igual. Hoy sólo importa Cortázar.

No hay acceso al público, pero se han realizado exposiciones virtuales que permiten el contacto con esta gran colección. Quizá la exposición más importante sea ‘Los libros de Cortázar’, presentada por el Instituto Cervantes y comentada por Jesús Marchamalo.

¿Cuáles son las instrucciones para leer a Cortázar? Habrá que cerrar los ojos, olvidarse de los abecedarios. No es necesario saber que el capítulo uno precede al dos y que el capítulo final clausura una obra: al contrario, puede ser de utilidad ignorar estas cosas. Habrá que prepararse para palabras que no vienen en los diccionarios y para autopistas, países y mundos que están por descubrirse. Ayudará el conocimiento del español y del francés, entender que el humor es una actitud filosófica y no preocuparse demasiado si el tiempo se detiene de vez en cuando. Quizá. Pero para leer a Cortázar no hay que seguir estas instrucciones, sino las de Cortázar:

INSTRUCCIONES PARA LLORAR
«Instrucciones para llorar. Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos».

La Fundación cuenta con más de cuatrocientos libros de Cortázar, con ediciones de distintas épocas e idiomas y continúa recibiendo nuevas publicaciones. Ayuda a dimensionar la influencia de un escritor el hallar su nombre en tantas lenguas. Recuerdo una visita a la Fundación José Saramago, en Lisboa, y encontrarme con una maravillosa exposición universal: primeras ediciones de Saramago traducidas al coreano, árabe, hindi, ruso, ucraniano, etc. Los autores como estos deben leerse en todos los idiomas.

Tantos libros extrañando a Julio. Tantos libros que fueron sus libros y que ahora descansan, como en un sueño, esperándolo. Pasará en las noches esa sombra delgada, recorrerá los anaqueles al mismo tiempo que caminará bajo la lluvia de París y dará una clase de letras en Buenos Aires. Regresará a Bruselas esa sombra. Visitará España y Suiza, todos los días, cuando sus libros se abran solos en la Fundación Juan March. La sombra discutirá de política con la sombra de Borges. Hablará de literatura con la sombras de Onetti y de Paz. Jugará con la sombra de Pizarnik. Y escribirá la sombra, escribirá en el aire.

Figura imprescindible de la literatura latinoamericana del siglo veinte, Julio Cortázar fue novelista, cuentista, poeta, dramaturgo, traductor y autor de maravillosas misceláneas: textos en donde la crónica, la narrativa, la experimentación, el ensayo y la poesía son uno.

De ‘La vuelta al día en ochenta mundos’:

PARA HACER BAILAR A UNA MUCHACHA EN CAMISA
«Tómese mejorana silvestre, orégano puro, tomillo silvestre, verbena, hojas de mirto junto con tres hojas de nogal y tres tallos pequeños de hinojo, todo lo cual será recogido la noche de San Juan en el mes de junio y antes de que salga el sol. Deberán secarse a la sombra, molerlas y pasarlas por un fino tamiz de seda, y cuando se quiera llevar a cabo este agradable juego, se soplará el polvo en el aire allí donde esté la muchacha para que lo respire, o se le hará tomar como si fuera polvo de tabaco; el efecto se manifestará de inmediato. Un famoso autor agrega que el efecto será tanto más infalible si esta traviesa experiencia se lleva a cabo en un lugar donde ardan lámparas alimentadas con grasa de liebre y de macho cabrío joven».

La Fundación Juan March también cuenta con recortes de prensa y con revistas que aumentan el acervo a cinco mil volúmenes. Y llaman especialmente la atención las obras dedicadas por otros autores. Jesús Marchamalo destaca las de «Augusto, Tito, Monterroso, siempre ocupado y preocupado por la brevedad de sus textos, y de sus dedicatorias, como ésa que firma en Obras Completas (J. Mortiz, 1971), y que dice escuetamente: “Julio, recibe un”».

Regreso del mundo de Julio Cortázar. Los colores recuperan su sitio. Y recuerdo, poco a poco, la fecha, la hora y la ciudad en la que me encuentro. Camino a casa. 

“Él ha visto a Cortázar”, murmura la gente cuando pasa a mi lado.