Volvernos hacia Gabriela Mistral



«Teilhard de Chardin ha dicho que la humanidad un día comerá sólo luz», escribió Ernesto Cardenal en su ensayo ‘En tu luz veremos la luz’. Un breve y bello paseo por la luz del universo -o por el universo de la luz-. Es poética la teoría de Teilhard de Chardin (jesuita y filósofo francés), pero incompleta. Creo que la humanidad, cuando evolucione, no podrá alimentarse sólo de luz, le hará falta, como acompañamiento, la poesía chilena. Puedo ver a la humanidad alimentarse de Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Pablo de Rokha, Enrique Lihn, Óscar Hahn, Gonzalo Rojas, Nicanor Parra y Gabriela Mistral. (Sé que los grandes antólogos me darían una lista más amplia, más completa, pero esta antología es personal.) 

Habrá tiempo para hablar de todos, sin tratamiento colectivo, pero hoy nos reclama una sola propiedad de la luz: Gabriela Mistral. 

Leo el ensayo ‘Gabriela’, de Gonzalo Rojas, y no me sorprende que Huidobro y de Rokha no celebraran la poesía de Mistral. (También menciona a Borges, pero siempre he conocido la opinión negativa de Borges sobre la poesía chilena.) No es que crea que Huidobro y de Rokha debieran apreciar sí o sí la obra de Mistral, y, ciertamente, son tan lejanas unas de otras que parecieran de mundos distintos. Sin embargo, me nace una duda, me pregunto cómo es que siempre me han gustado esas obras tan distantes, cómo es que se puede vivir con el fuego en una mano y el agua en la otra, cómo es que las he unido y no se ha apagado el fuego o evaporado el agua. Pienso en el Altazor de Huidobro, al que llegué en la adolescencia y del que recomiendo se lea en dosis nocturnas, y pienso en las nubes mistralianas o en el otoño mistraliano. No son comparables, pero ambas composiciones me parecieron grandes hallazgos. 

La poesía de Mistral apareció como un arrullo, cuando más la necesitaba. Si el viento sugiere palabras no adivinables, codificadas, ella las traduce. 

A LAS NUBES
Nubes vaporosas,
nubes como tul,
llevad l’ama mía
por el cielo azul.

¡Lejos de la casa
que me ve sufrir,
lejos de estos muros
que me ven morir!

Nubes pasajeras,
llevadme hacia el mar,
a escuchar el canto
de la pleamar
y entre la guirnalda
de olas a cantar.

Nubes, flores, rostros
dibujadme a aquel
que ya va borrándose
por el tiempo infiel.
Mi alma se pudre
sin el rostro de él.

Nubes que pasáis,
nubes, detened
sobre el pecho mío
la fresca merced.
¡Abiertos están
mis labos de sed!

Nació en 1889, en Vicuña (Región de Coquimbo), con el nombre de Lucila Godoy Alcayaga. Gabriela Mistral fue su pseudónimo. Destacó como profesora y José Vasconcelos (que fue Rector de la Universidad Autónoma de México, Secretario de Educación Pública y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua) la invitó, en 1922, a colaborar en la nueva reforma de educación en México. Fue un momento de transformación en la vida de Mistral.

Vio publicados cuatro libros: ‘Desolación’ (1922); ‘Ternura’ (1924); ‘Tala’ (1938); y ‘Lagar’ (1954). Quienes no se hayan acercado a Mistral sugiero que lo hagan con ‘Desolación’. Es un libro blanco, infinito, en donde el viento abre el cielo y llena las costas de silencio, nos entrega al silencio. 

En ‘Tala’, el tiempo y la tierra son su aliento. Gabriela Mistral nos roba del mundo. Viajamos en sus manos, habitamos en ellas. No tenemos tierra ni tiempo, y ella logra que aceptemos la luz como destino. 

LA EXTRANJERA
[A Francis de Miomandre]
Habla con dejo de sus mares bárbaros,
con no sé qué algas y no sé qué arenas;
reza oración a dios sin bulto y peso,
envejecida como si muriera.
Ese huerto nuestro que nos hizo extraño,
ha puesto cactus y zarpadas hierbas.

Alienta del resuello del desierto
y ha amado con pasión de que blanquea,
que nunca cuenta y que si nos contase
sería como el mapa de otra estrella.

Vivirá entre nosotros ochenta años,
pero siempre será como si llega,
hablando lengua que jadea y gime
y que le entienden sólo bestezuelas.
Y va a morirse en medio de nosotros,
en una noche en la que más padezca,
con sólo su destino por almohada,
de una muerte callada y extranjera.

Fue creadora de un mundo puro, lleno de habitantes ansiosos, de un suelo que no visitan Huidobro o de Rokha, pero sí Neruda y Octavio Paz. 

Como ocurrió con Ivo Andrić, tuvo un paso diplomático por Madrid. Unas palabras, en el 21 de la calle Menéndez Pelayo, lo recuerdan: 

EN ESTE LUGAR ESTUVO 
LA CASA DONDE VIVIÓ Y FUE 
CÓNSUL DE CHILE DE 1933 A 1935 
GABRIELA MISTRAL 
POETA, EDUCADORA Y PREMIO 
NOBEL DE LITERATURA 
EN 1945 


Otros destinos oficiales fueron Italia, Portugal, Estados Unidos, México y Brasil. En 1938 apoyó a Pedro Aguirre Cerda, y a la agrupación política Frente Popular, para que ganaran la presidencia de Chile. Falleció de cáncer de páncreas en Nueva York, en 1957. Teilhard de Chardin también falleció en Nueva York, sólo dos años antes que Mistral.

Regreso a las palabras de Gonzalo Rojas: «Pero yo le digo sí [a Gabriela Mistral], siempre le dije sí». Y yo también le digo sí, mil veces sí, a la luz, a Gabriela, a Madrid, a esta casa temporal que nos ha reunido en el mismo sitio, frente al Parque del Retiro, a mirar la noche y a disolvernos con el viento. Si tenemos suerte, no volveremos.


Madrid, 13 de agosto de 2012
Twitter: @candianic