Raymond Carver sin laberintos



Las calles están vacías, todos han llegado a casa. Las personas duermen, pasan una mala noche, se despiertan, caminan en pijama de la habitación a la cocina, a las tres de la mañana; beben agua, miran las sombras de la casa, a la oscuridad y al silencio adueñarse de todo, y regresan a la habitación para retomar el sueño. Son personas comunes, son los personajes de Raymond Carver. Él los observa, guarda cada detalle, escribe una historia: nos sorprenderá con una narrativa directa, alejada de los laberintos, real. Las historias de Carver nos pertenecen, como las de todos los grandes autores. Las hacemos nuestras. Y regresaremos a ellas, sin duda, regresaremos a ellas.

Considerado como uno de los grandes maestros norteamericanos del relato, Raymond Carver es el autor más representativo de un estilo conocido como minimalismo y creador del Dirty realism (realismo sucio), que llegó como una inesperada forma del relato breve. En la literatura hay un afán por poner etiquetas a todo: —minimalismo— y —realismo sucio— son las que han colocado a Carver como apellidos, pero la genialidad de este escritor se libera de cualquier etiqueta. Heredero de un Estados Unidos que ya no existe, Raymond Carver representó a uno de sus personajes: nació en Clatskanie, Oregón, una población con menos de mil quinientos habitantes, en 1938, y falleció con cáncer de pulmón, en Port Angeles, Washington, a los cincuenta años de edad. Llevó una vida errante, su padre fue alcohólico, él fue alcohólico, fue pobre gran parte de su vida y tuvo muchos trabajos. Sus libros tuvieron buena recepción, pero falleció en el momento que ganaba mayor reconocimiento.

Desde joven comenzó a escribir poesía: ‘Near Klamath’ (1968); ‘Winter Insomnia’ (1970); y ‘At Night The Salmon Move’ (1976), fueron sus primeros poemarios publicados. Los versos de Carver están relacionados a su narrativa; también es considerado un excelente poeta. Aunque su consagración la haya conseguido como cuentista, no hace falta hacer una gran búsqueda para establecer las uniones y los diálogos que existen entre su poesía y su prosa, dos reflejos de luz en el mismo cristal:

EL RASGUÑO  
Me desperté con una mancha de sangre reseca
pegoteada sobre uno de mis párpados. Un arañazo,
profundo, cruza transversalmente las arrugas de mi frente.
Sin embargo, últimamente, he estado durmiendo solo.
Y me pregunto por qué un hombre, incluso en un mal sueño,
alzaría la propia mano para lastimarse la cara.

Esta mañana pretendo responder esta pregunta
y otras similares, mientras observo en silencio
mi rostro que se refleja en los cristales de la ventana.


Este poema de Carver continúa en la mayoría de sus relatos. Es uno de esos personajes que se despiertan a las tres de la mañana en una mala noche.

En su primer libro de relatos, ‘¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?’, se encuentran algunas de sus obras maestras, hay que leer todos los relatos de ese volumen, pero ‘Gordo’, ‘¿Es usted médico?’, y, quizá mi relato preferido de Carver, ‘¿Qué es lo que quiere?’, brillan con luz propia. Carver está ahí, en esas historias, escuchando una llamada telefónica, sirviendo un vaso de whisky, comiendo en el mismo diner en el que los protagonistas de sus historias miran el cigarro que se consume en el cenicero.

Su segundo libro de relatos, ‘De qué hablamos cuando hablamos de amor’, publicado en 1981, fue la confirmación de una voz, de una nueva forma de contar historias. En los relatos ‘Diles a las mujeres que nos vamos’, ‘Mecánica popular’ y ‘De qué hablamos cuando hablamos de amor’, la realidad se presenta con brusquedad y nos toma desprevenidos. No sabemos cuándo ha ocurrido, pero hemos viajado a otro país y a otro tiempo. Al regresar, el día nublado se apodera de todo y lo más recomendable es que no visitemos a los amigos esa tarde, será mejor que no nos topemos con nadie, llevaremos el universo de Carver sobre los hombros.

Mucho habría que contar sobre su editor, Gordon Lish, quien es, para muchos, el principal responsable del éxito de Carver. En 1998, el New York Times publicó un artículo de D.T. Max que daría inicio a una de las leyendas más repetidas en el mundo de la literatura contemporánea: Lish eliminó casi el cincuenta por ciento de los originales de Carver y modificó muchos de los finales de los relatos. Parece que Lish, como editor, hizo cambios que muchos han considerado excesivos y que ha despertado y regresado al eterno debate sobre hasta dónde debe o puede llegar un editor. Otros han ido más allá y creen que Carver no es Carver sin Lish. Ese es un camino que no recorreré en estas líneas, pero era necesario mencionarlo, pues pocas son las ocasiones en las que el nombre del editor se une con tal fuerza a la del autor. Me quedo con las palabras del novelista italiano Alessandro Baricco, famoso por obras como ‘Océano mar’ y ‘Seda’ y dueño de una prosa extraña y atrevida, que un día podríamos comentar en este espacio. Baricco habla sobre el artículo de D.T. Max y considera que los textos originales de Carver, diferentes y más extensos de los que conocemos, son una agradable noticia: “Lo interesante es descubrir, bajo las correcciones, el mundo original de Carver. Es como llevar a la luz un cuadro sobre el cual alguien ha pintado después otra cosa. Usas un solvente y descubres mundos ocultos. Una vez empezado es difícil detenerse”. Carver, después de Lish, es como la copia de la Gioconda del Museo del Prado con el fondo negro, pero Carver, antes de Lish, es el redescubrimiento, es la copia de la Gioconda con un fondo lleno de riqueza y de color.

Como casi siempre ocurre, es mejor leer a Carver en su idioma original, pero la editorial Anagrama ha realizado un estupendo trabajo con sus ediciones para su colección de compactos y el traductor Jesús Zulaika nos entrega un buen trabajo. Nos entrega a Raymond Carver. Todo un logro. En esa misma editorial han tenido otro acierto: en algunas de las portadas de los libros de Carver han colocado pinturas de Edward Hopper, lo que me recuerda un ciclo de cine sobre Hopper en el Museo Thyssen, en Madrid, cuando escuché que alguien repetía lo que muchos han dicho sobre las obras del pintor neoyorkino: “Parece que cuentan una historia”. Pues sí, cuentan historias, las historias que Carver escribiría unas décadas después.