Coloquio sobre ciertas relaciones y su reflexión


La estudiante parecía una extensión de la mirada de Eduardo. Leía algo de física o de estadística, eso no está claro. Eran las horas últimas del semestre.

Anda, ve a invitarla dijo Juan Carlos.
Sí, ahora o nunca agregó, categórico, Mario.

Pero Eduardo no se atrevía.

Nunca hemos hablado, no sabe quién soy, no sé qué le gusta pretextó.

Parece apropiado mencionar sobre este punto que más de un lector puede pensar, tal vez con razón, que a la estudiante le gusta la estadística o la física, la materia que se trate en aquel libro. Pero, en asuntos de cortejo universitario, mucho importan las posibilidades, que las hay buenas, pero también malas: el libro no le interesa; el libro es un simple designio académico. En este caso, el que no arriesga sigue en el juego.

¡Mejor que no se conozcan! El factor sorpresa de tu parte. Mírala, ahí solita. Ella lo que quiere es compañía y tú siempre has tenido buena suerte con las mujeres aseguró Mario. Es bien sabido que el ego estimula el valor.

Es cierto constató Juan Carlos.

¿Qué dicen? preguntó Eduardo. De buena suerte nada. Buena suerte sería haber tenido una, solo una que no perteneciera a la fila de maniáticas y locas de mi pasado. Tengo un imán para las desequilibradas lapidó con mirada retrospectiva.

No es que Eduardo sea un “sujeto con cicatrices psicológicas permanentes”, mejor será catalogarlo como un “sujeto con mala suerte”. Que aunque mucho se parecen, son especies distintas. Todo se resume en experiencias, nada que uno o que otro lector no haya vivido alguna vez:

            Ejemplo I

Mujer con gafas jura amor eterno a Eduardo (esta lista nada tiene que ver con preferencias sexuales. No importaría si es hombre con gafas o mujer con gafas. Sin embargo escribo mujer con gafas porque hablamos del fenómeno-ocurrido-a-Eduardo, quien desea acercarse a la estudiante que lee sentada al final del pasillo). Amor eterno… hasta aquí todo bien. Aunque no se pueda ser terminante en cuanto a la existencia de la eternidad o, perdonen el atrevimiento, del amor. (Nota casi nihilista que si bien no me define, interviene gracias a la descripción de -Liberal- de Gregorio Marañón.) Lo que no está bien es que el juramento llega en la primera cita, así que lo tenebroso aquí es el anglosajón timing. Efecto demoniaco tiene también que interrumpe el proceso de compra de boletos para el cine. Así, de la nada. Puedo imaginar la expresión de expertos en relaciones humanas de carácter amoroso, consejeros que piensan que una película es una mala elección para la primera cita: hecha para conocerse con un interrogatorio disfrazado de conversación, cosa que no se puede hacer, o no se debe, en una sala de cine. Pero pido, por favor, obviar ese detalle, no solo por ser un error común, sino porque estamos llegando a otra puntualización clave y mucho más significativa: la mujer con gafas y Eduardo no se conocen ni los apellidos.

De esta manera el primer ejemplo en la lista no se aligera con una historia que casi aclararía este comportamiento. No es que ya se conocieran y que ella siempre le haya admirado, no es un relato de amor unilateral pretendiente de un final feliz, arruinado por un cariño impaciente e inflamable: situación más comprensible y que invita a ponerse en sus zapatos, zapatillas, huaraches, botas, Converse azules o Christian Louboutin. No. Ayudará a dimensionar este ejemplo que se trata de dos personas que se conocieron un día antes de la primera cita, tal vez horas.

No termina aquí el acto, entramos a la cueva de las denominadas “palabras mayores”. La mujer con gafas está visiblemente ofendida, considera una afrenta que el enmudecido Eduardo, quien recibe los boletos del cine de las manos y miradas entretenidas de los cajeros, no haya contestado: “Yo también”.

            Ejemplo II

Nuevamente el timing como protagonista. Eduardo cruza la barrera de las tres citas. Gran festejo: quédate en casa. Delgada línea de felicidad que desaparece cuando la encuentra sosteniendo una perturbadora conversación telefónica, enlace que fulmina su mejor ánimo. Habría preferido escuchar la voz deseosa de un antiguo amante, a las mejores amigas en explosiva burla sobre su desempeño sexual la noche anterior. Otra voz, la que sea. Pero escucha la inconfundible aparición de su madre al otro lado de la línea. Aun así, sin pánico y en una sola pieza, Eduardo averigua si hay elementos de mala suerte: su madre llamó y la mujer de cabello corto contestó. Algo así. ¿Explicaría los cuarenta y cinco minutos que marca el teléfono inalámbrico? Ella da la repuesta:

Vi que en marcado rápido tienes a tu mami, ¡cuánta ternura! Quise conocerla. Ya era hora, ¿no crees?

            Ejemplo III

Mujer con boina beis exige a Eduardo:

Tu perro o yo.

            Ejemplo IV

Eduardo tiene una relación con una tejedora de historias, a veces macabras. Discípula de Agatha Christie cuando desarrolla un misterio, estudiosa de Edgar Allan Poe cuando quiere aterrorizar. La mujer de ojos verdes pone en tela de juicio la salud mental de Eduardo. No necesitamos cavar en las historias, no en este relato. Pero puedo asegurar que, en más de una ocasión, segundos más, segundos menos, casi lo vemos desplomarse sobre el suelo. Personaje bíblico que nadie resucitaría. El truco, motivo o desenlace:

Era una prueba, tontito, ¡has aprobado! le dice al mismo tiempo que lo aprisiona en un abrazo.

A fuer de ser franco, me gustaría declarar que esta lista nada tiene que ver con un desaire de género o de sexo. Bien vale escribir aquí que esto no es nada en contra de las mujeres. Esta lista de ejemplos poco luminosos en la vida de Eduardo, y seguramente de otras personas, tiene sus cimientos únicamente en el pasado, casi tormentoso, de este estudiante universitario. Si eso no es suficiente, puedo añadir que somos muchos los hombres locos y que antes que nadie está el narrador de esta historia, solo hay que preguntar a las habitantes de su pasado.

Con esa lista y la escala interesada en un discurso conciliador, además del deseo de evitar que este cuento se relacione a Gógol, Houellebecq o hasta al Marqués de Chamilly, puedo continuar con el momento, no menos que delicado, que vive nuestro desanimado Eduardo. Temeroso el narrador de que esas malas experiencias puedan terminar aquí con las buenas intenciones de Juan Carlos y Mario.

Ella se ve centrada. Es más, serena comentó Juan Carlos, y buscó respaldo con una pregunta a Mario. ¿Estás de acuerdo?

Sí, no se ve que esté mal de la cabeza. Tampoco la mires así, no es que tenga el libro al revés respondió un animoso Mario.

Consciente de que aquí no hay tiempo para dudas y con una pizca de preocupación al ver el esfuerzo que Juan Carlos y Mario estaban haciendo para convencerlo, Eduardo temió lo que comentamos un poco más arriba, que su colección de malas experiencias mutara a trauma permanente. Por lo tanto respiró hondo, pasó la mano por su cabeza, ordenó su preocupado cabello y dio unas palmadas a los hombros de sus amigos.

Eduardo emprendió el largo camino al final del pasillo.
           
¡Qué triunfo para todos! Juan Carlos y Mario escogieron las palabras adecuadas. Ayudó el deseo, a veces incomprensible, de empatar el estatus sentimental entre los miembros de un grupo: Juan Carlos tenía una relación de poco más de año y medio, una hazaña a esas alturas de la vida; Mario había encontrado un cariñoso recibimiento a sus caricias en la profesora de teatro. Personaje que no será abordado con profundidad aquí, pero puedo mencionar que es siete años mayor que Mario y que, si bien es una relación oculta a las autoridades universitarias, parece que sobrevivirá a las vacaciones de verano.

Como escribió Selznick (y tradujo Bastida): “Esto debería ser el fin de nuestra historia”. Pues hay una línea narrativa que nos pudo llevar a preguntarnos si Eduardo se aventuraría hacia una nueva página en blanco, en este caso representada por la estudiante que lee al final del pasillo. Si escucharía a sus amigos y cómo vencería a los malos momentos que ha tenido que soportar. Entonces no importaría si en este nuevo intento Eduardo tuvo suerte o no. Pero una vez que esas preguntas han encontrado su respuesta en este punto, vemos que fue otra línea la que seguimos. Y confieso que me he sorprendido con esta noticia. Cierto es que aquí estaba el desenlace, pero Selznick también escribió: “Comienza un nuevo relato. Porque todas las historias llevan a otras”.

Así que envuelto en un aire de valor adquirido y de frente a la estudiante, Eduardo se presentó y preguntó si se podía sentar a su lado.

Si quieres contestó ella encogiendo los hombros.

Como parecía haber empezado mal, Eduardo no inventó preámbulos y la invitó a tomar algo. Fue al grano. Era necesaria una estrategia que evitara, aun en su versión más modernista:

            Oíd, oh dulce amor mío,
            barruntaba nuestro encuentro.
            Que sea tu gracia bendita.
            Indignos mis ojos a tu belleza,
            impuro mi corazón para adorarte.  

Así que aterrizó la propuesta en terreno conocido. Eduardo promocionó su bar preferido: un Irish Pub en el centro de la ciudad. Cerveza tipo stout, britpop y masa de pizza delgada.

La estudiante, mucho menos activa en su lectura, pareció ver una luz encendida en la mirada de Eduardo. Ilustrativo debe ser asegurar que las desventuras I, II, III y IV, que describí anteriormente, fueron, al menos, protagonizadas por mujeres de belleza no debatible (si existe tal cosa). Nuestro protagonista, común denominador de ese séquito, a expensas de gustos y derivaciones socioculturales, también debe ser considerado un hombre atractivo. Con mala suerte, pero atractivo.

Buena interpretación de ese gesto hizo Eduardo, pues terminó el frágil rompecabezas del compromiso con las piezas Hoy y Noche.

Hubo un breve silencio. La vida en las llanuras de las relaciones humanas mucho depende de las interpretaciones a los gestos y a los silencios. Hay que desenredar las palabras que no se dicen, las expresiones que no se muestran.

Eduardo no buscaba una cita. Su esperanza estaba en derrumbar ese pasado fallido. Pero esta extravió su camino.


¿Estás loco?, ¿tienes idea de lo que pasará hoy con las estrellas? Eridanus, tú sabes, “el río”, se doblará hacia la derecha inferior, lo que sería pésimo para nuestro encuentro. Y lo que es peor, Achernar, tú sabes, “el sur del río”, se alineará con Mira, de Cetus. Así que ni pensarlo, no, ¡esta noche no salgo! Pero no pongas esa cara... el viernes estoy libre.



Relato finalista en Premio Cosecha Eñe 2011. 
Texto publicado en Separata, Revista de pensamiento y ejercicio artístico, No. 42.