De la casa de Ivo Andrić


La editorial DEBOLS!LLO tiene una breve biografía, adecuada para conocer los elementos, casi fundamentales, de Ivo Andrić:

«Nació en 1892 en Dolac, cerca de Travnik, Bosnia, cuando era aún parte de Austria-Hungría. Estudió en las universidades de Zagreb, Cracovia, Viena y Graz. Debido a sus actividades políticas, Andrić fue encarcelado por el gobierno austríaco durante la Primera Guerra Mundial, y fue en la cárcel donde escribió ‘Ex-Ponto’ (1918), que le valió una gran reputación literaria. Durante el breve reinado formado por serbios, croatas y eslovenos (más tarde el reino de Yugoslavia), Andrić desempeñó diversos cargos diplomáticos, incluido el de embajador en Alemania. Dimitió de la carrera diplomática en 1941 y pasó la Segunda Guerra Mundial en Belgrado. El argumento de sus obras procede de la historia y vida de su nativa Bosnia. Andrić  escribió en el idioma serbocroata, y su contenido uso del idioma realza la fuerza épica de sus novelas. De sus obras traducidas destacan su primera novela, ‘El viaje de Alija Djerlez’ (1920), y también ‘La señorita’ (1943), ‘Un puente sobre el Drina’ (1945), ‘Crónica de Travnik’ (1945) y ‘El elefante de visir’ (1948). Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1961».


Poco puedo agregar sobre su vida, pues el deseo de escribir sobre él no viene precisamente de ese conjunto de sucesos, o líneas de tiempo, que forman una biografía, sino de dos particularidades: su paso por Madrid y su novela ‘Un puente sobre el Drina’. 

En el número 27 de la calle Velázquez hay una inscripción:

IVO ANDRIĆ
1892-1975 

DOBITNIK NOBELOVE NAGRADE ZA KNJIZEVNOST 1961 GODINE 

RADIO JE U OVOJ ZGRADI KAO VICEKONZUL JUGOSLOVENSKOG POSLANSTVA 1928 I 1929 GODINE 

*** 

PREMIO NOBEL DE LITERATURA DEL AÑO 1961 

HABITÓ EN ESTA CASA COMO VICECÓNSUL DE LA LEGACIÓN DE YUGOSLAVIA EN LOS AÑOS 1928 Y 1929 


20 DE OCTUBRE DE 1987


La vi una mañana de mayo de 2011, cerca de las 8 a.m., regresando de correr por el Parque del Retiro. Tantas veces había caminado esa calle y no me había encontrado con la gran placa de piedra. No lo sabía, pero ese momento sería un gran descubrimiento para mí, pues fue cuando decidí leer ‘Un puente sobre el Drina’. Es difícil describir lo que provoca esa lectura, y cómo lo provoca. Se trata de una obra maestra. Andrić logra reproducir 400 años en 500 páginas. Su personaje principal «mide doscientos cincuenta pasos de longitud y unos diez de anchura», pero también el tiempo, la historia, los avatares de un país y su sociedad, así como las relaciones humanas, crean un marco exquisito. Nos da cuenta de los sucesos con gran facilidad.

«Aquí también, con el tiempo, han brotado las casas y se han multiplicado las instalaciones a ambos lados del puente. La ciudad ha vivido gracias al puente y ha salido de él como de una raíz indestructible».

Si bien Ivo Andrić escribió en serbocroata y su tierra es Bosnia, también por ascendencia, lo cierto es que nació en un país que desapareció. Esto ha influenciado a varias generaciones. Emir Kusturica, por ejemplo, dijo: «Cuando Yugoslavia desapareció, me volví invisible». De ahí la valiosa presencia de Andrić, pues ayuda a posicionar la literatura serbocroata y a que no pierda relevancia, a que no se vuelva invisible junto a esos mapas que han ido cambiando con el paso del tiempo. Él es una señal inamovible que nos ayuda a olvidar la fragilidad de las fronteras.

El 27 de la calle Velázquez pertenece a un edificio alto con bellos balcones. Sus colores beis y amarillo contrastan con las ventanas oscuras. Se levanta elegante en una calle llena de coches y de gente. Los paseantes no se detienen en esa placa a pesar de su gran tamaño. Permanece desconocida; es una silenciosa observadora de la vida madrileña en el Barrio de Salamanca. Es una piedra que envejece, aunque, como dice el mismo Andrić sobre el puente del Drina, «este envejecimiento no podía ser apreciado por los ojos. Su vida, aunque mortal en sí, se parecía a la eternidad, porque su fin no era previsible».


A unas calles se encuentra la famosa Puerta de Alcalá y, paralela a Velázquez, la calle Serrano ofrece vistosas tiendas de ropa y joyerías. Ahí, otros grandes edificios se alzan para arropar embajadas y departamentos de lujo. En otras épocas, bien distintas, cerca de esta calle vivieron Gabriela Mistral, Juan Carlos Onetti y Juan Ramón Jiménez. El Nobel español coincidió con el paso de Andrić por Madrid. Con esto me viene a la mente una anécdota que Jiménez escribió, en su libro ‘Un león andaluz’, sobre una visita a la ciudad de Nueva York y en la que quiso conocer la casa de Walt Whitman: 


«— Pero, ¿de veras quiere usted ver la casa de Whitman mejor que la de Roosevelt? ¡Nadie me ha pedido nunca tal cosa…!

[...]

Como el estanciero no parece que está, doy vueltas a la casa, intentando ver algo por sus ventanucos… De pronto, un hombre alto, lento y barbudo, en camisa y con sombrero ancho, como el retrato juvenil de Whitman, viene —¿de dónde?— y me dice, apoyado en su barra de hierro, que no sabe quién es Whitman, que él es polaco, que la casa es suya y que no tiene ganas de enseñársela a nadie. Y, encogiéndose, se mete dentro, por la puertecita que parece de juguete».


Si tomo un taxi y pido ir al sitio en el que vivió el gran escritor Ivo Andrić, ¿sabría el conductor a dónde dirigirse? Si pregunto, en el 27 de Velázquez, quién fue Ivo Andrić, ¿qué me dirían? ¿Cómo habrá sido el Madrid de Andrić? (El Madrid de 1928 y 1929, sin tantos edificios y del que se podía ver, majestuosa y brillante, la sierra de Guadarrama.)

Lo que puedo decir es que él es parte de mi Madrid, y que en mi Madrid es más importante esa placa de piedra que la Puerta de Alcalá o los lujos de la calle Serrano. Y recuerdo un breve fragmento de algo que escribí para esta ciudad: «No es que hable de una calle, mucho menos de un edificio, aunque ayuden Ivo Andrić en Velázquez y la calle de las Huertas».


Madrid, 7 de agosto de 2012
Twitter: @candianic